En un año como éste, 2017 (1), recorrer La Perla no deja de ser inquietante. Silencio. Letras que indican rincones utilizados por “ellos” otrora. Nombres. Imágenes. Puertas. De repente, el bullicio de adolescentes que miran y preguntan, están en una actividad vinculada a la Federación de Estudiantes Secundarios. Ello configura un contraste inquietante.
En un rato nos encontraremos con Emiliano Fessia (2). Tras largos años de trabajo, como efecto de una política, el espacio del exterminio se transformó en Memoria. Un inédito lugar donde las marcas de esas vidas “(…) sobreviven como un efecto de lenguaje allí donde la muerte, impensable, los ha ausentado de sí mismos” (Miquel Bassols. Las Ramblas, 2017).
exordio: ¿De qué números podemos hablar en Derechos Humanos, y qué valor tiene hablar de ellos?
Emiliano Fessia: Siempre están los números, no se puede eludir eso. En todo caso se puede pensar qué sentidos se construyen en torno a ellos y qué simbolizan los números. En términos generales, en el caso de la violación de los Derechos Humanos hablar de números puede tener, al mismo tiempo, una potencia y un peligro. La construcción narrativa y sus reglas discursivas dentro de la juridicidad del caso, las formas y la cantidad de denuncias de los Organismos –Organizaciones sociales y estructuras del Estado– permiten establecer puentes entre las diferentes formas retóricas de abordar la cuestión de los desaparecidos.
Por un lado, el número brinda una perspectiva sociológica del volumen del Terror de Estado en Argentina, en los campos nazis, en los gulags soviéticos, lo cual permite, en sentido positivo, dimensionar estos números como partes de una política de Estado y no como casos aislados. Porque en su definición normativa, en el Derecho Internacional Público, para definir un delito de lesa humanidad la desaparición de personas tiene que ser sistemática y generalizada, es una de las condiciones de encuadre para definir responsabilidades, generalmente de funcionarios de los Estados. Acá hubo una política sistemáticamente planificada. En ese contexto, el número es potente, no para quedarse en él sino para establecer relaciones: estamos hablando de un plan de exterminio del opositor político. Así fue en la última sentencia en Córdoba, retomando algo del Juicio a las Juntas que ya había establecido esta idea, y que tiene que ver, a su vez, con la calidad y la cantidad.
No obstante, la discusión del número de víctimas expuesta por los sectores negacionistas conforma un discurso que quiere discutirlos como si eso aminorara el daño social. Me refiero a los sectores justificadores de los genocidios, como fueron las declaraciones de Darío Lopérfido funcionario del actual gobierno nacional diciendo que no fueron 30.000.
Frente a eso me pareció muy lúcida la respuesta de Martín Kohan que señaló que “no tenemos que entrar en esa discusión porque si lo hacemos, estamos invisibilizando que fue una política de Estado, y en todo caso el número siempre lo tiene que definir el Estado”.
Que no sepamos el número es parte de un plan sistemático. Voy a un caso concreto: la hipótesis de que por La Perla pasaron entre 2200 y 2500 personas, es una estimación hecha en base al testimonio de sobrevivientes que vieron las listas que se hacían -porque el Estado siempre registró, aún en los lugares clandestinos, su accionar- de quienes estuvieron aquí por lo menos hasta febrero de 1977. Entonces 2500 personas desaparecidas en La Perla es, al mismo tiempo, un símbolo y una hipótesis de trabajo. Nosotros, al día de hoy, podemos dar cuenta, redondeando, de unas 700 historias que efectivamente podemos decir que pasaron por La Perla porque las vio alguien o sobrevivió. ¿Qué hacer con las otras 1300-1700 personas? Eso que aún no sabemos es enorme y nos sigue mostrando al día de hoy la perversidad del plan sistemático de desaparecer personas como una técnica represiva.
Ayer participamos de algo muy bello, con una intensidad emocional muy grande: los actuales conductores del Centro de Estudiantes de la Facultad de Arquitectura y Diseño nombraron a este espacio Raúl Mateo Molina, quien fue presidente de ese Centro en 1974 y 1975, y luego fue asesinado y desaparecido en La Perla. Vino su mamá, la Coca, de 91 años -ahí también se ve el número como una marca de la vida-, y volvió sobre lo que es un tópico recurrente: no están pero están; es entonces cuando una historia de vida rompe esa falsa especulación del número.
A pesar de toda la oscuridad que fueron los Centros de Exterminio, están las marcas que dejan trayectos de militancias de 4, 5, 6 años -porque el promedio de vida de los desaparecidos es entre 24 y 25 años- que tienen su impronta cuarenta años después a pesar del genocidio, el negacionismo y la impunidad.
Y ese es el otro punto, creo que 30.000 es un símbolo que atacan, no para establecer fácticamente cuántos casos se pueden probar, sino para socavar una resistencia, una verdad que es la ausencia de las personas; lo que implicó para la democracia el no juzgamiento de esos crímenes. 30.000 no es un número abstracto sino que está cargado históricamente y ha trascendido nuestras fronteras; representa la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia, la lucha contra el silencio, contra la mentira. Construcción de una subjetividad que implica que para que cada uno de nosotros podamos gozar de nuestros derechos, tenemos que ejercerlos y defenderlos. No somos sujetos pasivos, en ningún ámbito social se elude que siempre se disputan sentidos. En ese aspecto, la derecha conservadora pro genocidio obliga y marca agenda para salir a discutir estas cuestiones. Por eso me pareció muy lúcida la respuesta de Martin Kohan: discutir números en términos fácticos es la lógica del genocidio y quienes quieran discutir en esos términos están justificándolo.
e: Entonces, el valor que uno le da a ese número entra en ciertas disputas de sentido. Conversábamos la diferencia entre número y cifra, y ubicábamos que el número apunta a una magnitud y la cifra apunta a lo que esa magnitud representa ¿Poner en tela de juicio el número apunta a discutir la cifra?
E.F: La memoria siempre es una construcción parcializada: se hace desde un punto de vista, en un momento dado, y pasa por el cuerpo. Ya hubo juicio -lo cual es una verdad a medias; hubo algunos juicios, faltan otros, sobre todo a los sectores civiles- entonces, apelan a la reconciliación por un lado y a la memoria completa por otro, y junto a la discusión de las cifras conforman los tres enclaves donde anudan las retóricas que solapadamente atacan la cifra.
e: ¿El 2×1 podría leerse como una cifra de esta corriente negacionista? (3) Si la memoria es un campo en disputa, ¿hay nuevas versiones en torno a la memoria?
E.F: Pensándolo en cifras, no es lo mismo que hubieran marchado 20 mil personas que 120 mil, y que el repudio haya sido casi unánime en todos los partidos políticos. El 2×1 también se volvió un símbolo; por un lado uno construye, milita, pero los acontecimientos surgen o no, y un repudio tan grande a la posibilidad de que haya impunidad a los represores implica que hay un capital simbólico en juego y que cuesta mucho salir a favor de la impunidad, a diferencia del ‘86 y del ‘90, porque es una construcción social que desborda; no es solo movimiento social o solo instituciones, sino la dialéctica entre ambas.
Este es un punto difícil en la construcción de Memoria; están íntimamente relacionados la impunidad con el avance de los negocios de privatización de lo público. No casualmente, en lo mejor del periodo del gobierno de Alfonsín, que fue del ‘83 al ‘86, junto con el Juicio a las Juntas, se intentó instalar un Estado de bienestar social; se discutió la educación, la cultura. Cuando vinieron la Ley de Obediencia Debida y Punto Final, el neoliberalismo cerró filas primero con la impunidad y luego empezó a avanzar profundamente.
¿Qué estamos disputando siempre desde los Derechos Humanos? El sentido de la democracia, cuál es la lógica del Estado como estructura de poder. En la actualidad, el desarrollo del capitalismo está necesitando inclusive destruir el Estado liberal de derecho. Pensarnos como personas con derechos -aun cuando no los podamos ejercer porque no tenemos condiciones materiales ni espirituales- es muy diferente a ser pensados como un algoritmo que puede consumir o no. Entonces, se quitan derechos a la salud, a la educación, al trabajo, a la vivienda, a una relación de género diferente; no tenés derechos sino una tarjeta de crédito para endeudarte, y así acceder a la salud, la educación, el consumo cultural, como un bien transable pensado exclusivamente en términos económicos y no como un derecho ciudadano que tenemos todos.
La perspectiva es oscura para mí en ese sentido, creo que, si se decretaba el 2×1, además de librar a los genocidas, se aceleraba el proceso represivo. Pero se puso un freno. Dentro de dos o tres elecciones, más tarde o más temprano vuelve, y vuelve por necesidad sistémica.
e: Volviendo al valor del número y retomando el libro “El silencio” de Ana Iliovich, sobreviviente de La Perla, llama la atención el trabajo que ella hace en relación a los nombres. Relata que cuando venía el camión los llamaban por el número que les asignaban y se los llevaban, como una desubjetivación por parte de los torturadores para hacer más sencillo su trabajo. Entonces, ¿se pueden equivaler como contrapunto un número y un nombre?
E.F: En abstracto, no. Ese uso, esa forma de cifrar llevaba a la despersonalización como objetivo, y a la cosificación del otro y la salida de lo humano que permitía manejarlo como bulto. La resistencia es mantener un nombre, o tener un nombre, ser nombrado por fuera del número. Los represores cuando secuestraban tenían nombre, alias, nombre de guerra, la forma de identificación no era numérica. En el dispositivo del campo sí usan la numeración para terminar de cosificar al otro. Se forma el cifrado de esos números desde la denuncia del delito, que es lo que nos lleva a la hipótesis de los 2500. Cómo descifrar la deshumanización que hubo en el campo y cifrarlo en otra clave, se convierte el número en zona simbólica de disputa.
e: Quizás en la idea de desaparecido está un poco más presente la posibilidad de la muerte, mientras que parece lejana en la apropiación de niños. En torno a la apropiación, el destino de los niños que nacieron en cautiverio no está asociado a la categoría de muerte. ¿Cómo se piensa ese tópico respecto a los nietos?
E.F: De las abuelas y madres aprendimos que un cuerpo con su materialidad no desaparece, lo desaparecen. Por eso la figura jurídica es desaparición forzada.
Con el caso de los chicos apropiados, en la construcción de sentido es evidente que están vivos, por la lógica del plan sistemático. Sin embargo, lo real es que jurídicamente están desaparecidos, con el agravante del secuestro de su identidad.
Notas
(1) La conversación con Emiliano Fessia tuvo lugar en Córdoba durante el mes de junio de 2017. Dialogaron con él dos integrantes del Comité de Redacción: Noelia Casas y Ana Cascos Mendez. Fue publicada en la revista exordio número 9, dossier: El valor del número, en diciembre de 2017.
(2) Emiliano Fessia es Director del Espacio para la Memoria. El 24 de marzo del año 2009, se abrió al público el ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) “La Perla” como espacio para el ejercicio de la memoria y la promoción de los Derechos Humanos, con una propuesta orientada a la reflexión crítica y al diálogo sobre las violaciones a los Derechos Humanos del pasado y del presente. Emiliano participa además en H.I.J.O.S. desde su creación hace más de 20 años. Es Lic. en Comunicación Social. Docente universitario en el Seminario de Relaciones Internacionales Comunicación y Derechos Humanos.
(3) Ley 24.390 (conocida como 2×1), que estuvo vigente entre los años 1994 y 2001, la cual reduce el cómputo de la prisión, se trata de la ley más benigna. En el año 2017 la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por mayoría, declaró aplicable el cómputo del 2×1 para la prisión en casos de delitos de lesa humanidad. La decisión de la mayoría, constituida por los ministros Highton, Rosenkrantz y Rosatti, declara aplicable la ley 24.390.