Franz Kafka, en El maestro de escuela del pueblo, relata la historia de una inquietante presencia que impacta en la vida de una pequeña comunidad, sus repercusiones van tomando dimensiones insospechadas.
Propongo hacer una analogía, el analítico lector es quien recorta algunos elementos que el autor ofrece. El arte de la extrapolación, permite ubicar algunos vectores e iluminar con la lectura literaria algunas coordenadas de la experiencia analítica: por un lado, la deslocalización subjetiva a partir de la no relación y por el otro, la operación de la presencia del analista.
En el cuento un topo aparece. Un maestro de escuela toma a su cargo redactar el escrito que describe y analiza esa presencia: el animal y su comportamiento. Luego, un experto dedicado a la ciencia, especialista en el tema queda afectado a partir de que un simple maestro escribe acerca de un asunto sobre el que, en principio, no tendría competencias. El agravante: la Academia no nota la diferencia entre el escrito del lego y el del experto. Desde el comienzo se plantea el caos generado a partir de que las cosas marchan de una manera que no era la programada, agudizándose la situación cuando el Otro no acciona como garante.
Para la Academia el topo no es un acontecimiento, quizás ni siquiera un suceso. No hay en ellos enigma, tampoco signos visibles de afectación. Por el contrario, en nuestro protagonista sí los hay: el cuento logra trasmitir la agitación de su cuerpo, evidencia cómo se sumerge en la infinitud del pensamiento, queriendo encontrar las razones. No puede comprender por qué no se cumplen las reglas que él creía que funcionaban, en definitiva, un orden social.
Frente a la constatación de la inconsistencia del Otro se impone la metonimia infinita de la significación. El protagonista busca incesantemente la explicación a eso que ha sido una disrupción, a lo que aparece desordenando el orden de las cosas, de los títulos y las funciones socialmente establecidas. Emerge la respuesta sintomática ante la ausencia de garantía, frente a la incapacidad del Otro comité evaluador para discriminar entre un maestro de escuela rural y un cientificista especializado.
Sabemos que la costumbre es la rutina del significado, y esa costumbre permanece sin advertencia en tanto que los hechos se naturalizan, se dice: así son las cosas. Por suerte cada tanto irrumpe un topo desarmando la relación entre un significante-significado. La realidad efectiva, si no se desmiente, desnuda que la relación no existe. Allí la agitación en el cuerpo es una reacción a eso que se presenta, hasta nuevo aviso el sujeto está deslocalizado
¿Qué vuelve a un topo, el topo?
Extrapolemos este asunto al discurso analítico: escuchar a alguien que habla no implica encuentro, hablar no garantiza ser escuchado, estar “aquí y ahora” no da cuenta en sí mismo de una presencia. Esta se constata sólo por sus consecuencias, implica un acto de instalación. Ese instante fundacional hace que el topo sea topo, no hay existencia previa. Los personajes se constituyen en el acto, acorde a las intervenciones del analista y al consentimiento del analizante. Un primer movimiento del análisis conlleva la creación del lugar del interlocutor, efecto del inconsciente transferencial.
El analista, como el topo, socava los caminos, trabaja en la perforación de la rutina, que no es otra que la funcionalidad del sentido gozado. Allí donde todo aparece compacto, con su presencia va introduciendo el agujero que airea el terreno. Una presencia que puede jugarse como ausencia. El discurso analítico, cuando se instala, traza el lazo, “son ustedes con vuestra presencia quienes hacen que haya yo enseñado algo” afirma Jacques Lacan (El Seminario de Caracas). Subrayamos en esta cita la presencia, el cuerpo y los efectos como el acto que lo funda, la chance de que alguien pueda ser tomado, leído.
La presencia no es la cosa en sí, sino sus efectos: no hay ninguna constatación del ser, más que, como en la jarra de Heidegger, algunos acercamientos por lo que de él desborda. Es ese plus, eso que rodea la cosa, lo que deja en evidencia el goce en juego de nuestro protagonista y lo que constata la presencia del analista.
No cabe duda de que un topo así de grande es una curiosidad, pero no por eso puede uno pretender tener permanentemente centrada en él la atención de todos tanto menos cuanto que no se ha probado fehacientemente la existencia del topo, y sea como fuere no se lo puede exhibir (Kafka, Franz. El maestro de escuela del pueblo, p. 395).
A nuestro topo nadie lo ha visto, a el analista tampoco sin embargo, cuando se produce su instalación, ex –siste a la costumbre de la significación, como la extrañeza de aquello que siempre estuvo allí.
Ana Paula Tumas: Adherente al CIEC. Obtuvo los títulos de Licenciada y Profesora en Psicología por la UNC, dice estar terminando su tesis de Maestría en Teoría Psicoanalítica de Orientación Lacaniana. Reside siempre en otro lado. Durante su adolescencia ha sido raptada por la Biblioteca de su Colegio. Aún conserva secuelas de aquello.