Serpenteo y penumbra: una forma de habitar el lenguaje
Conversación con Antonio Oviedo[1]
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En la vieja casa de la Biblioteca Córdoba, promediando el mes de junio, tuvo lugar la siguiente entrevista con el escritor, ensayista y actual director de esta Biblioteca, Antonio Oviedo. La ambientación no fue ajena al estilo del entrevistado: con la excelente excusa de encontrar una mejor iluminación para el registro fotográfico, improvisamos una sala de conferencia en los altos del edificio. Era la tarde y la conversación se extendía al tiempo de la luz. No pude dejar de evitar la imagen fijada por Oviedo cuando se refiere al lugar literario de Felisberto Hernández, la penumbra, “escasamente iluminado, mortecino, lugar que no por ello es el de la derrota y ni siquiera el del anonimato”.
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La irrupción de lo local
Exordio: Teniendo en cuenta la tensión entre una cultura periférica y una central, usted parece situar una relación de “asedio y de provocación”. El escritor polaco Witold Gombrowicz habla de las formas inmaduras del margen versus las formas maduras de una cultura establecida. En sus ensayos (Exilio, provocación y forma WG y su Diario y La irrupción de la forma) hay una toma de posición respecto de las nuevas formas, inclusive cuando se refiere a la pintoresca anécdota del encuentro entre Arturo Capdevila y Gombrowicz. El primero, en su mansión de Palermo, esperaba encontrarse con un “exiliado trágico” o un “literato interesado en discutir los nuevos valores del arte y en conocer el país que visita” y lo que encontró fue un outsider. ¿Podría decirse que esa posición intempestiva del margen usted la señala en tres figuras de la cultura de Córdoba: Filloy, Marimón y Bonino?
Antonio Oviedo: Evidentemente, existe de mi parte ese interés por internarme en esas zonas marginales, a través de los nombres, a través de quienes escribieron, porque creo que socavan legítimamente el centro – pueden llegar a ocuparlo fugazmente- pero siempre para volver al margen. Si vemos el caso de cada uno de los mencionados –si bien la expresión pertenecer a los márgenes de alguna manera los designa- creo que cada uno en sí mismo gesta una localización propia de ese margen.
Habría que ver cómo ocurre eso en el caso de Marimón, aunque obviamente el ya está muerto. Puedo decir que él, a través de ciertos libros suyos como puede ser El antiguo alimento de los héroes (1988), u otras cosas que publicó en México, pero fundamentalmente El antiguo alimento de los héroes –que tiene zonas autobiográficas muy fuerte- quiso obtener el reconocimiento y el triunfo. Y en la medida en que esa era su intención, su deseo más profundo –te aseguro que peleaba por eso- es lo que justamente no consiguió.
Tratándose de un hombre como Filloy, podemos decir que se hace más explícita esa marginación, que tiene como primera inserción en lo territorial –que después se expande hacia otras zonas de su producción- en el sentido de que se preocupó por preservar esa territorialidad, y simultáneamente la trabajó muy intensamente en los textos que escribió. Permanentemente asoman expresiones vinculadas a esa marginalidad. O sea, construir una vida literaria en los márgenes. En el caso de Filloy, permanecer en una ciudad como Rio Cuarto, esquivar los lugares prestigiosos como puede ser Buenos Aires, pero siempre volviendo a ese lugar que es evidentemente un lugar de escritura, que es donde él estuvo viviendo, donde se refugió, donde se auto-confinó.
En el caso de Bonino se trató de un intento desmesurado. Al mismo tiempo, no creo que estuviera convencido –por ciertas cosas que he ido sabiendo posteriormente- de lograr ese éxito a nivel internacional, que de hecho logró, pero que finalmente lo catapultó a un regreso que fue el paso inmediato a su desenlace: el suicidio.
También, yo agregaría el caso de Revol, que por sus orígenes sociales tenía todo al alcance de la mano, y también consiguió insertarse en otros lugares del extranjero: Londres, Paris, Nueva York. Ni hablar que estuvo estrechamente vinculado a la revista Sur, al mismo Borges, a José Bianco, tuvo una gran amistad con Silvina Ocampo, más con ella que con Bioy Casares, bueno, con toda esa constelación de la revista Sur. Y al mismo tiempo se deslizan en todos sus logros como una especie de reticencia, de deseo –que es lo que finalmente va a ocurrir- de abandonar todo eso que se le había, de alguna manera, rendido a su esfuerzo y a su capacidad.
Podría añadir otro nombre, que queda también en la misma línea, que sería el caso de Barón Biza por todo lo que públicamente se conoce de él, por todo lo que ocurrió finalmente con su obra literaria.
Podría nombrar otros, pero no son de Córdoba, como puede ser el caso de Robert Walser, o el mismo Felisberto Hernandez, que tiene para mí –a esta altura muy evidente respecto de todas experiencias de la marginalidad- una dimensión que considero de alguna manera muy cercana o propia.
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La amistad: una forma de habitar el lenguaje
E.: Cuando Germán García hace una especie de retrospectiva de la revista Literal, de los años 70, lo menciona como un escritor inédito[2]. Luego, en una revista de los 80 dirigida por usted, Escrita, lo publica a Germán García. A su vez, en sus artículos y en sus novelas es frecuente que aparezcan nombres que trazan un mapa de sus afinidades, de sus amistades, en el sentido que se puede leer en Maurice Blachot[3], como una nueva forma de estar en el lenguaje, de hablar de otra manera. ¿Suscribiría a esta definición de la amistad?
A.O.: Si; pienso que si, cuando se sostienen fundamentalmente las diferencias, eso es lo más fecundo. No el acuerdo pleno, sino posiciones que son disímiles, pero que la robustecen cada día más.
Respecto de las consideraciones que habías hecho previamente, en realidad, yo ya había publicado un libro con Burnichon que incluía dos relatos, más o menos extensos, que se llaman: El señor del cielo y El último visitante.
Eso salió a fines del 75. Me alcanzaron a entregar algunos ejemplares justo antes de las vacaciones. Después, el 24 de marzo[4], entraron a la casa de Burnichon y reventaron todas las ediciones que él tenía, entre otras, ese libro mío. Pero, como Burnichon era una persona que andaba por diferentes lugares del país llevando sus publicaciones, tenía –lo digo en el mejor sentido- como un aguantadero de los libros que publicaba, en Mendoza, en Salta, en Tucumán. No sé en qué momento se los llevó, pero obviamente antes del 24 de marzo. Habrían quedado unos 200 ejemplares. Quiero decir, que cuando yo publico ese relato en la revista literal ya tenía esta publicación que había quedado muy afectada por razones más que obvias. Esos relatos no se incluyen, más adelante, en un libro de cuentos que se llama La sombra de los peces. Específicamente te, la amistad con Germán se inicia desde el momento en que vino acá, o en que yo lo vi en Córdoba mucho antes del golpe. Y hacia fines de los 70, en el 79, un psicoanalista me pidió que me contactara con él y eso fue lo que ocurrió. Germán vino a dar una serie de charlas y de cursos de los cuales yo participé; nos frecuentamos durante tres o cuatro años, y de esa forma la amistad, era una amistad que se mezclaba con la admiración, se encontró con una base fuerte. Se le ocurrió a él, o se nos ocurrió al mismo tiempo a los dos, sacar una revista de literatura; Escrita. El participó en ese primer número, junto a Julio Castellanos y creo que más adelante también, pero digamos que en esa oportunidad ya estaba el sello propio de Germán; tuvo ese envión inicial que evidentemente todavía reivindico plenamente.
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El estilo, serpenteo y penumbra
E.: Pondré el acento principalmente en su obra ensayística. Me parece que en cada uno de sus ensayos surge como pregunta ¿Qué es el estilo?. En cada texto encontré la palabra “serpenteo”. Usted aparece como lector que serpentea entre los intersticios, entre las hendijas que deja cada obra. Por ejemplo, en Joyce, para captar la epifabnía. Luego me gusta mucho como trabaja un comentario sobre Robert Walser. Este cero a la izquierda, este Don Nadie en Robert Walser como procedimiento de su escritura.
A.O.: yo creo que de ahí saca su estilo, sin duda.
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E.: Y el estilo en usted, ¿se puede constituir en este serpenteo?
A.O.: Si; la otra respuesta que habría es una cita que yo pongo de un escrito francés, Raymond Queneau: “leyendo nos convertimos en enredaderas”. Pero también, vinculado a esa modulación del estilo, habría como una especie de axioma, de concepto, en Borges, que yo valoro especialmente. Lo conozco hace ya mucho tiempo, más o menos dice: habría que escribir sobre los autores como si fuera la primera vez. Sólo en esa posibilidad muy ínfima es donde el estilo puede lograr una mínima originalidad. En la literatura la trama de textos está tan cerrada que ya casi no quedan intersticios donde introducir ese deseo de originalidad. Y ese serpenteo, que vos encontraste ahí, me parece que esa palabra usada en varios lugares trata de esquivar los lugares comunes, el sentido común literario, en última instancia, arrancar al lenguaje de su empleo ordinario. Muy cercano a esa actitud estaría una serie de formas elípticas de lo no dicho para trabajar una frase, sobre todo en la prosa literaria. En los ensayos, de todas maneras, se cuelan muchos ademanes propios de la escritura de ficción literaria. Es gracia a esa escritura literaria que la escritura de ensayo puede encontrar un desarrollo…
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Entrevista Completa en Exordio 1 (Puntos de venta: E.O.L., C.I.E.C., El Espejo, Rubén Libros y otras liberarías especializadas)
Notas:
[1] Fragmento de entrevista realizada a Antonio Oviedo por Cesar Massa, Diego Isso y Gabriel Pantoja y publicada en la Revista Exordio, el psicoanálisis en la cultura. Año I Nro I. 2009. Pp 42-45. Desgrabación y colaboración en el establecimiento del texto de Patricio Debiase.
[2] “En Literal busqué incluir escritores inéditos, entre los que recuerdo textos de Susana Constante, Luis Thonis, Lorenzo Quinteros, Marcelo Guerra, Ricardo Ortolá, Jorge Quiroga, Antonio Oviedo y Aníbal Goldchluk.” (García, Germán. El exilio de escribir www.sinthomaycultura.com -link: Futuro Anterior)
[3] “Cuando la oscuridad fue completa, volviéndose con una expresión desolada hacia aquel que ella llamaba ahora, en su nuevo lenguaje de los bajo fondos, su amigo, y siempre ocuparse del estado en que se encontraba, quiso, como un borracho al que no le sostienen las piernas, quiso saber por qué sus relaciones con ese muerto no progresaban.” (Maurice Blanchot. Thomas el oscuro. Ed. Trotta 2007.)
[4] Se refiere al golpe de estado de 1976.