En octubre del 2022 tuvo lugar una conversación en el Museo Superior de Bellas Artes Evita – Palacio Ferreyra: El Psicoanálisis en el remolino de las vanguardias, enmarcado en el Curso de Estudios Lacanianos, del programa el Psicoanálisis en la Cultura del CIEC (Centro de Investigación y Estudios Clínicos). Se me impuso, en aquel momento, la necesidad de tomar algunas notas a modo de diario, o más precisamente, de aparejo para tales remolinos.
Lunes
Con el aire caliente de una primavera desmesurada, llego ese sábado al salón unos minutos después de iniciada la charla. Gente de pie, sin sillas disponibles por la cantidad de público. Me ubico cerca de las botellas de agua para hidratarme, mientras voy entrando en la lógica de la conversación. Uno de los expositores está haciendo un recorrido sobre su experiencia con las vanguardias artísticas de los sesenta, apostillando apostillas y comentando, sorprendido, anotaciones marginales de hechos y lecturas relacionadas con el tema. Como si la lejanía temporal hubiera mudado su memoria a otro cuerpo y en el traspaso la cristalería de recuerdos se hubiera destrozado irremediablemente. El tono era el siguiente, o por lo menos así lo escuché, teniendo en cuenta el estado de agobio acalorado del cual me costaba salir: ante citas literales que expresaban declamaciones donde se insistía en las intenciones políticas y sociales de algún happening o performace cometido en aquella época, o ante las manifestaciones de condiciones para que el arte lograra golpear hacia afuera de su mundillo reducido y selecto, invariablemente se repetían expresiones del tipo ¿ajá?, o ¡qué ingenuos!, u otras que no recuerdo pero que aludían al valor incontestablemente inocuo de tales aspiraciones, pretéritas ya, de colectivos o individuos que por exceso de entusiasmo o cinismo eran descubiertos hablando para sí mismos, o entre sí, aplaudiéndose y festejándose unos a otros, a ver quién asestaba con mayor altura el golpe definitivo a un sistema de opresión de los pueblos y los desclasados de todo tipo. Claramente, para quien hablaba, nada de lo declamado era constatable en la realidad histórica. Ni siquiera eran ya, en el momento de ser dichos, una realidad remotamente factible.
Martes
El hecho de que aquello que circulaba entre algunos artistas comprometidos, o por lo menos interesados por la realidad social, no sea algo cuyas consecuencias se puedan validar, quedando solo del lado del dicho ingenuo o directamente cínico, haría de prueba rotunda en un mundo de lo constatable. Así y todo, o precisamente por eso, algo no terminaba de encajar. Comencé a rascarme reiterativamente el mentón. Miré hacia el techo en un gesto de abstracción, como buscando un instante de aislamiento interno para poder asimilar aquello que se alteraba por dentro, aún sin forma. Apoyé la espalda contra la pared, intentando reconocer un punto de apoyo desde donde comenzar una reflexión. No se me ocurrió nada.
Jueves
Demarcar, desenmascarar, desmarcarse. Me despierto con esa serie mínimamente variada, encadenada como una bandada de letras negras atravesando un cielo blanco. Extraña cadena de palabras.
Vuelvo entonces con la memoria a aquel encuentro. Una primera equivocación abre definitivamente la puerta de la dispersión y desarma el clima serio que se puede suponer al museo y la disertación. Las vanguardias que se van a invocar son las de los años 20, no las de los 60, aunque el flyer muestre otra cosa. De entrada, se echa por tierra con la buena voluntad de los convocados, traicionando la inercia referencial. La revista Clarín, otra referencia trastocada por las ironías despreocupadas del significante, es uno de los tópicos recordados. Su textualidad juguetona y sus aspiraciones transterradas, como un toro que se sirve del vacío para dar nueva vida a la bucólica local.
Pero el malentendido es general y gana terreno. Los happenings, el helicóptero, Masotta y su dislocación verbal en las entrevistas, Onganía y las minifaldas de las artistas. Tucumán arde, ¿arde?
Salgo al sol del mediodía, el asfalto sí que arde. Antes recorro la explanada de ingreso al palacio, las rejas, los guardias. Y se me ocurre algo, pero ya no puedo volver y decirlo porque el centinela cierra el portón y me echa una mirada cargada de kafkismo vindicativo. Me doy la vuelta y sigo mi camino, mientras digo entre dientes: claro, ¡el performativo!
Se me viene a la cabeza el performativo, pero leído por Émile Benveniste, ese que es un acto en sí mismo, sui referencial, absolutamente despreocupado del orden constatativo.
Viernes
Esquemáticamente, el constatativo se verifica en la realidad, sea lo que sea aquella, y si no es así, es falso o inexistente. (Ajá, qué ingenuos)
El performativo para Benveniste, en cambio, se verifica en sí mismo, en una coalescencia de lugar entre enunciado y enunciación, y es un acto único que se cumple en un presente. Podría tomarse una idea de Jacques-Alain Miller, y decir que es un agujero a la referencialidad.
Los edificios son una sombra negra que deambula por el paisaje cambiante que se proyecta en la superficie de la ventanilla del bondi. Las nubes blanquecinas se sostienen livianas sobre la ciudad, aminorando por fin algo del calor imposible de la última semana. Hay una frase de Lacan que se me ocurre como ejemplo de un cierto uso del lenguaje.
-El inconsciente es la política. ¿Ajá?
El colectivo sigue trepando en dirección contraria al centro, se percibe el viento como un remolino de basura y papeles en las esquinas.
Sábado (otro)
Esa frase puede medirse con el sentido común al artista y al analista de reducir su acto a un rincón ajustado de la vida social, llámese un ambiente de iguales y enterados, para el caso del artista, o lo singular extremado, en el del dispositivo analítico. En tal caso, – el inconsciente es la política- invoca automáticamente una réplica del tipo: ¿ajá?, o: ¡cuánta ingenuidad! Incluso uno puede obviarla, hacer como que no existe, pasar de largo a la manera de sacarse el zapato y sacudirlo hasta que salga la piedra para seguir caminando. Entonces, las dificultades constatativas del enunciado lo dejan fuera de discurso. Pero también pueda suceder que un dicho de ese tipo sea tomado en su radicalidad de enigma y funcione desde esa particular dimensión. Por ejemplo, un analista o un practicante toman tal cita al pie de la letra y mantienen vivo su carácter de advertencia, lo que tal vez da otra dimensión a la clínica, e incluso a la inexorable lectura contextual, que se produce por el mero hecho de hablar.
Lunes
El inconsciente es la política es una frase que traba, ya que construye una imposibilidad; se puede simular que no fue dicha pero retornará cada vez que los argumentos pretendan despegarse de ella. Incluso como bandera resulta incómoda, demasiado amplia, agitada por vientos de todos los frentes, nadie puede leer definitivamente su alcance. Así es como funciona, como enigma performático. Porque uno sigue con su vida, trabaja, ve, escucha, piensa incluso, pero el inconsciente sigue siendo la política. Entonces, si uno fue alcanzado por ese dictum, y más vale que así lo sea, todo aquello otro quedará enmarcado bajo su efecto incalculable pero constatable, a un nivel no medible.
El cielo brilla por detrás del abigarrado paisaje urbano, esa acumulación diabólica de cemento y cristales que refractan con violencia los destellos del sol del mediodía.
Martes
Un aire fresco recorre las calles atosigadas, dando un respiro antes de la arremetida del infierno de diciembre. Ese aire evoca a otro aire, el que circula como vacío intermedio en las concepciones del arte chino. De alguna manera, algo que despega al símbolo e introduce una distancia entre términos que mal se conjugan; un litoral que, tal vez, pueda virar a literal. Eso evoca la letra tal cual la trabaja Lacan, y se me ocurre que lo que éste pone en juego respecto del performativo sería algo así como: cómo deshacer cosas con palabras.
Pero en otro orden, también la letra es escritura sui referencial, para recordar nuevamente a Benveniste, y trabaja a su manera, descontándose del calor de los sentidos.
Recuerdo entonces que en la conversación se trajo a colación la memoria de aquellos que causados por los más nobles ideales de un mundo menos injusto, sacrificaron sus vidas de una forma que hoy puede ser leída como una muerte anunciada. Entonces la revolución en el arte asoma algo más que su faz irrisoria, si asumimos que muchos de aquellos que se vieron interpelados por tamaña apelación a su descontento espiritual, hoy pueden contar la experiencia de época de primera mano, a viva voz, en un trazado que incluye los restos de una época que se interpreta siempre en un futuro anterior, como señala el mismo Lacan.
Miércoles
La cañada repta como un dragón de patas cortas e inútiles, con desplazamientos rápidos y sigilosos al mismo tiempo, el lomo negruzco recibiendo intermitentemente destellos que se cuelan entre las hojitas verdes entrelazadas, un tejido natural por sobre el lecho. Un suave movimiento de las ramas presagia un calor intratable para el mediodía. Mientras espero en una sala mi turno para iniciar un trámite más, vuelvo a la conversación, cada vez más confusa y tergiversada por los tiempos que corren en mi cabeza y sepultan todo entre polvo y restos de memorias más o menos inventadas. Encuentro una vuelta más al dicho: ¿qué hacen las palabras con nosotros?
Esos artistas que pensaron proclamas y las creyeron al escucharlas, ¿acaso es que resultaron inmunes a aquéllas por no haber alcanzado los ideales que sostenían? ¿Acaso los analistas que saben que el inconsciente es la política, fracasan al no poder tocar a la sociedad en su conjunto con su palabra interpretante? Es cierto que, en el plano constatativo, más bien sucede lo contrario. Pero la dimensión performática posee una vida más insidiosa, menos visible, se ordena bajo coordenadas no definibles de antemano, y ordena a su vez los goces de esa manera.
Jueves
Así llegamos al corazón referencial de un dicho. Un dicho bien puede valer lo que vale un agujero, que se diga es lo que se olvida, su sostén corpóreo. A su vez, otros cuerpos lo reciben y lo incorporan, en el equívoco del dicho que circula, y eso es político, el malentendido. Distinto al cuerpo ausente y sin sepultura como política de estado, la referencia ausente y una ética sostenida con la voz viva. Ahí viene el bondi.
Viernes
Silencio entre el bullicio, como una nuez cerrada navegando en un mar de fricciones y crujidos metálicos. Con un destino inexistente, pero al mismo tiempo definido de una sola vez. No para una nuez, sino para las nueces del mundo. Una nuez juega su suerte en cada cimbrón del plano en el que hace equilibrio. No es eso el performativo. La nuecidad no es un performativo. El performativo es el golpe que destroza al cascarón y da por tierra con la potencia universal de toda nuez nacida como tal. A partir de ahí se precipita un desenlace, abierto por su puesto, pero ya marcado también. Por el con-texto del martillazo, por el lugar donde cae esa pulpa semiblanda y amarga. Y por tantas cosas innombrables que libran al azar de su pureza insana.