a C. M
Al recurrir a la lógica de Frege, Lacan (1971-72) interroga el estatuto del Uno y precisa que para que se efectué una sucesión numérica será necesario considerar al Uno como una unidad Cero. Es decir, situar un campo de indeterminación que está signado por lo uniano, esto es, un Uno que funda una serie para fundirse inmediatamente, y con ello, pasar a ex‒sistir como una marca en menos. De allí que proponga un juego homofónico para aludir a este Uno al nombrarlo “Unier” (unegar) (209), lo que incluye la negativización (nier) y a su vez la unión (Unnie). Afirma entonces, que el Uno debe considerarse como un “Aleph cero” (130), al designarlo como una marca primaria que se realiza para poder contar.
La conjetura que propongo es leer la operación de la traducción de este modo: realizar una marca que genera un fondo de indeterminación sobre el cual montar una sucesión, una mezcla o reunión de elementos que se ponen a la par y se conectan, sin poder aseverar ‒tal como lo introduce Germán García respecto de Borges‒ que alguna vez pudieron estar juntos. Ello implicaría hacer del acontecimiento marca de comienzo de una traducción y no así un recurso a la verdad que yace tras la palabras. La escritura como marca irreductible en cada hablante, resultaría un corte con la historia como hecho colectivo y hace de la traducción un discurso no universal. Con ello persiste un problema, pues este Uno que no “accede” al Dos, plantea que lo que se traduce no es más (ni menos) que una resonancia, un eco de lo Real, que solo se escribe pero no significa.
24/11/2022