(Texto presentado en Congreso Gombrowicz 2019)
Para entrar a Gombrowicz, primero hay que tomar una tangente, el último gran best seller de nuestra republiqueta de las letras: Sinceramente[1], el libro de Cristina Fernández de Kirchner. Gombrowicz no es evocado en el libro de Cristina, pero de una manera curiosa y desubicada, sus caminos se cruzan. Hace unos meses atrás, el libro de la ex presidenta salió a la venta y dio el batacazo en las bateas de las librerías. Cerca de 200.000 ejemplares se vendieron en unas semanas y los libreros tenían ya vendidos o reservados por anticipado otro tanto. Un verdadero fenómeno editorial que sobrepasó la fiebre de las sagas juveniles y puso de manifiesto la política como el principal escenario de las pasiones argentinas.
En 1951 Ediciones Peuser ponía en circulación La razón de mi vida; la autobiografía de Eva Duarte de Perón. El libro contó con una tirada de 300.000 ejemplares, y generó fuertes controversias; entre las que podemos contar, los boicots comerciales, la acusación de propaganda fascista por parte de los opositores al peronismo y como corolario, la muerte de Evita unos meses después de su publicación. La razón de mi vida se convirtió en un ícono del lenguaje político argentino irrumpiendo en hogares donde ocupaba el lugar privilegiado no sólo de libro único, sino de único libro.
Esos dos libros nos ponen de frente a un tema muchas veces transitado, que es el del vínculo entre ficción y política, o mejor entre lenguaje ficcional y lenguaje político. Como si hubiese, tal vez, un “entre” ambos, un “habla neutra”, al decir de Blanchot, que descompletara el paradigma que las opondría e inaugurara un habla en la cual por momentos la política es la verdad de la ficción y la ficción la verdad de la política. Un tema que la crítica ha abordado, por momentos, desde un cierto prejuicio de límites, con las consabidas excepciones (la literatura de Sarmiento, por caso). Pareciera que la ficción puede tomar la política como tema, o que la política puede tomar ciertas ficciones para la creación de relatos, pero rara vez se leen los libros políticos como literatura, como Borges proponía leer la Biblia como literatura. En este sentido La razón de mi vida, Sinceramente, son quizás piezas únicas de un género que conjuga intervención política, relato confesional, tratados de filosofía práctica, anecdotario, novela romántica al estilo Corin Tellado, e impacto comercial a la manera de Harry Potter. La “desfiguración” de la forma literaria y de la forma política en este punto es notable; detrás de los tonos profundos que pretenden dichos libros, siempre hay algo impostado que resuena cómicamente; algo en el fondo que suena a un engaño que no oculta sus intenciones, es decir, a ficción.
Estos libros demuestran al mismo tiempo tal maestría e ingenuidad en la creación del personaje, que inevitablemente nos lleva una y otra vez a una pregunta. ¿Quiénes escribieron verdaderamente esos libros? ¿Fue Eva Duarte quien tomó voz y manos a la obra para delinear su voluminoso encomio al General Perón, o fue alguien más? Así también se instaló en los cafés, en las reuniones universitarias, en las conversaciones de la cena, en los divanes de los analistas, la pregunta por ¿quién fue el ghost writer de Cristina? De esta última pregunta no tenemos respuesta. La nueva grieta se divide entre aquellos que piensan en una intervención propia, en una inspiración y un trabajo pura y exclusivamente de Fernández (“¡si hasta es como si te estuviese hablando!”, dice un ala de la republiqueta), y otros que piensan en un trabajo dedicado entre editores y escritores contratados. De la primera pregunta, por otro lado, sí tenemos una respuesta, aunque también un gran enigma. Sabemos que el ghost writer de La razón de mi vida fue el periodista español Manuel Penella Da Silva, confundido durante mucho tiempo con un escritor brasilero. Los datos certeros sobre el proceso de aquella edición, cómo fue que Penella Da silva llegó a convertirse en el autor de aquel libro, han escaseado durante algún tiempo.
Ese vacío es explotada por Horacio González en un pequeño libro que escribió en su exilio brasilero. Evita. A militante no camarim. Publicado en San Pablo en 1983, fue escrito en portugués, y no tuvo traducción al español hasta hace unos escasos meses cuando la editorial de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC publicara una nueva edición traducida y anotada por Carolina Rusca[2].
El libro vuelve a poner en juego el significante Evita en la literatura de este siglo y de este decenio[3]. Podría citarse también a Piglia, quien en su libro póstumo sobre los casos del comisario Croce[4], relata en uno de sus cuentos (“La película”), el hallazgo de una película pornográfica que la tenía como protagonista; o a la publicación reciente, también en Córdoba del libro de Paco Jamandreu[5] sobre sus encuentros con la primera dama; o al mismo Horacio González quien en Besar a la muerta[6] la hace protagonista ausente de ese asado en donde el cuerpo de Eva, el acto cárnico del ritual argentino y el último (y primer) beso del general a ese cuerpo que ya no tiene vida, sirven de mito inaugural de los años posteriores. El cuerpo de Eva, su cuerpo, digamos, significante, resurge como aquel cuerpo del delito del que nos habla Bernhard Baas[7]. Cuerpo que hace falta, agujero, en una comunidad, en un estado. Una insistencia y una coincidencia; y “las coincidencias, -como dice Gonzalez que dice Gombrowicz, quien por cierto lo dice,- son la organización de lo absurdo”[8].
En este caso Gonzalez toma la figura de Panella Da Silva y ficcionaliza un posible itinerario del escritor en busca de la biografía perdida de Evita. La estrategia realizada por Gonzalez y definida en su prólogo por Néstor Perlongher, es la del travestirse. Un tipo de estrategia que, tomando de la caja de herramientas del psicoanálisis, podríamos llamar del semblante, es decir ponerse en la piel de un personaje para poder decir aquello que nuestro apego a la realidad y las buenas formas, no podrían decir. Hacer un uso deliberado de la forma para desfigurar y así tocar el cuerpo de lo real en juego. Y es justamente en este punto, cuando Horacio/Penella Da silva comienza su investigación, que nuestro Witold Gombrowicz hace su aparición:
Antes de comenzar mi investigación, debía hacer un contacto que me interesaba sobremanera. Otto María Carpeaux me había dicho de un escritor polaco que fue sorprendido en la Argentina cuando comenzó la guerra y decidió quedarse allí, podría darme toda clase de ayuda e información (…) Me dijo: “Gombrowicz está en la primera fila de la literatura mundial. Su Ferdydurke es una novela preciosa, pero en Argentina nadie la lleva el apunte y él se burla de todos”.
Así, Gombrowicz, se convierte en una especie de Virgilio (no Piñera), de Da Silva en los intrincados círculos infernales de la Argentina peronista: “Le conté a Gombrowicz el real motivo de mi estancia en Argentina y le resultó divertidísimo”. Las intervenciones de Gombrowicz en la novela de González son precisas, no en un nivel ni filológico, ni histórico, ni apegado a cualquier tipo de información real sobre el tema, sino que son precisas en términos de narración e interpretación que da el polaco sobre diversas cuestiones en torno a la misteriosa biografía pre Perón de Eva Duarte, pero sobre todo de su comprensión original del peronismo como movimiento estético, “no en nombre de una estética milenarista, so
mbría, fáustica, demoníaca”- aclara Gonzalez que aclara Gombrowicz- sino “apenas una elaboración menos pretenciosa, de carácter democrático, marcada por un hambriento hedonismo popular”. Si a Gombro le resulta divertido el intrincado periplo de Da Silva, es porque puede leer el Witz en juego.
Gombrowicz interviene desde un lugar de extimidad. Puede leer los mismos signos, desde una interioridad más íntima, ya que viene desde afuera. Y es ese gesto el que toda una generación de escritores va a encarnar en la figura de Gombrowicz. La joke gombroicziana es aquella conjunción de “crítica y ficción”, para tomar prestada la denominación de Piglia. Y es justamente con Piglia que Gombrowicz como personaje, pero también como sede oficial de un modo de interpretación de la realidad política y literaria argentina- toma un nuevo lugar en el canon a la vez como escritor de culto, y personaje literario; como autor, y creador de un dispositivo de escritura; autor y, en términos psicoanalíticos, significante ¿No fue acaso Gombrowicz, que con su Diario y sobre todo en una ficción como Transatlántico logra la mueca exacta del salón literario argentino? ¿No fue tan crítico como ficcional en sus apreciaciones sobre la Argentina que le tocó vivir? Apenas unos años separan la publicación de Respiración artificial de Evita. La militante en el camarín. La presencia de Gombrowicz en ambas es llamativa por la herencia que deja descubrir en esa generación de escritores y que podemos signar en dos grandes cuestiones:
- La premisa, al estilo del “Cosmos” gombrowicziano, de que la realidad, esa ficción que llamamos realidad, está articulada a partir de un enigma a descifrar, de una especie de misterio que nos obliga a preguntarnos frente un hecho ¿cómo se estructura el universo a partir de este centro? Ese dispositivo puede servir para construir un relato, para armar una teoría crítica, para encarar la ficción histórica, o la teoría política.
- Tomar la realidad por mero escenario, y a los protagonistas como meros personajes, como gestos tomados in medias res que nos descubren una mueca alucinada de lo que constituye un cuerpo, como cuerpo político, como corpus teórico, como corpus social.
En esos dos movimientos los límites certeros entre realidad y ficción, y entre política y ficción, ponen en juego un borramiento de límites, que nos da una escena rica en desfiguraciones.
En estos dos libros Gombrowicz es tomado al mismo tiempo como personaje y como dispositivo de lectura. Podríamos decir que Gombrowicz se disfraza de Gombrowicz. Siguiendo con la premisa de que las coincidencias son la organización de lo absurdo, no es nada más ni nada menos que Gombrowicz, quien casualmente llega a la Argentina en épocas de ascenso del peronismo, quien puede donarle al mismo un trozo de su verdad.
Los vínculos de Witold con el peronismo han sido analizados por otros ensayistas. Me quedo con algo que leí por ahí. Gombrowicz no se llevaba bien con los líderes del peronismo, con el autoritarismo, pero se fascinaba con su cultura. Con la frescura del populacho en el cual veía (y perseguía) el cuerpo mismo de lo argentino; es decir, sus diversas formas de gozar. Por eso González puede hacerle decir a Gombrowicz que uno de los temas principales de la literatura argentina, pero sobre todo, algo que tocaba ese cuerpo mismo de lo argentino, era la “humillación”; y que si quería saber algo de la humillación, pero sobre todo, “Si usted quiere saber algo sobre Evita lea [“Emma Zunz”, el cuento] de Borges en vez de buscar documentos en un registro”. Y continúa “La humillación es un autocastigo que nos infligimos para luego poder interpretar las humillaciones a las que sometemos a los demás como justicieras”. No he encontrado en Gombrowicz una frase así, pero sí el tono y la intención. El dispositivo Gombrowicz, permite o permitió en esta novela, pero para toda una generación (casualmente la generación de “Punto de vista”, de “Los libros”, de “Literal”), la posibilidad de posarse en un punto de extranjeridad e impostura que en su deformación de los relatos históricos, políticos, etc. ajustados a la realidad, puede tocar cierto goce concreto de ese cuerpo ideológico que compone una realidad política. Humillación y justicia, justicia y humillación, son, en este punto, las claves con las que Witold Gonzalez, para seguir con los trasvestismos, interpretan el peronismo, su proscripción y finalmente su trágico retorno.
Mientras escribo esto no puedo dejar de pensar qué diría Witoldo de estos tiempos que corren. De esa repetición que pone una y otra vez los mismos temas sobre el tapete ¿Qué diría Gombro de un libro como Sinceramente? Todo esto le resultaría, acaso, tan absurdo como divertido. Pero más allá y más acá de las especulaciones históricas, Evita. La militante en el camarín, es un buen indicio. Ante las insistencias y las coincidencias, es necesario interpretar esa organización de lo absurdo. Quizá la historia es una sucesión de imágenes que vuelven, se repiten, insisten, pero, como corta en seco el ficticio Gombrowicz de González cuando se entera que el cuerpo de Evita será embalsamado, “por favor, no me hablen de eternidad”. Creo que en ese sentido su frase podría ser modulada, “por favor, a mí no me hablen de sinceridad”; para Gombro no hay discurso que no sea del semblante, y solo por su valor de ficción, apreciaría la ironía de un título semejante.
Notas:
[1] CFK, Sinceramente, Planeta, 2019.
[2] Gonzalez H., Evita. La militante en el camarín, Editorial FFyH, 2019.
[3] El centenario del nacimiento de Eva Duarte de Perón, ha puesto, sin dudas, a funcionar la maquinaria homenajeante. Los libros que citamos a continuación nos dan otra imagen de Eva. Una Eva más allá del principio de Perón. Pre- peronismo en el caso de Piglia y Gonzalez; y la Eva de un peronismo intensamente Kitsch con el de Jamandreu. Como sea, no una mártir y sumisa al peronismo, sino una Eva que encarna, en cierto modo, el principio femenino del movimiento.
[4] Piglia R., Los casos del comisario Croce, Anagrama, 2018.
[5] Jamandreu P., Evita fuera del balcón, Caballo Negro, 2019.
[6] Gonzalez, H., Besar a la muerta, Colihue, 2014.
[7] Baas B., El cuerpo del delito, Ediciones del Signo, 2008
[8] Por supuesto que hay otros anteriores. Copi, Walsh, Perlongher, Cortazar, etc.