El viernes 24 de noviembre se presentó el libro de César Mazza: Pasajes de escritura. De lo privado a lo público. Este libro forma parte de la colección Otra lengua-ensayos, de la editorial de El espejo libros. El paseo Santa Catalina, lugar donde se emplaza la librería, fue en esta ocación el pasaje que le dio el marco a los lectores que asistieron a la presentación y posterior festejo, en el primer acto público de resistencia cultural. El exordio de la velada en la voz de Antonio Moro, le abre la puerta a la primera lectura de la noche:
“En un pasaje del relato El Crack-up, de Francis Scott Fitzgerald, encontramos una fuerte afinidad con la operación del sinthome que estamos deslindando. El escritor formula una réplica a la imposición de goce en el siguiente pasaje:
Antes de seguir con esta historia déjenme hacer una observación general: la prueba de una inteligencia de primer orden es la capacidad de sostener en la mente dos ideas opuestas a la vez sin que haya una merma de funcionamiento. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de entender que algo es irremediable y sin embargo decidirse a cambiarlo.
Exquisita forma de plantear que lo irremediable es el elemento incurable con el cual se las tendrá que arreglar el parlêtre, hacerse un estilo de vivir la pulsión. Un arreglo, en el sentido musical del término, que solo servirá para el momento de su ejecución” (p. 129, César Mazza, Pasajes de escritura).
Acompañaron al autor, el escritor y maratonista Daniel Vera y el psicoanalista Hernán Brizio, aquí sus intervenciones:
Museo de la escritura ¿de Lacan?
Daniel Vera
Inaugurar un museo es tarea paradójica y compleja, es introducir un servicio para algo anterior que beneficia al presente, de aquello considerado viejo pero que alguna vez fue nuevo, pero que hoy se lo requiere clásico, o por lo menos antiguo, y mostrar así su consonancia con lo actual. No hay entonces más remedio que recurrir a Macedonio Fernández, experto en brindis, que traía a cuento aquella casa de antigüedades, La Moderna, que ofrecía lo más moderno en antigüedades: la modernidad es indispensable para cualquier vejez que no quiera quedar en mero trasto.
Estos Pasajes de Escritura, con que César Mazza ha girado, según indica en el subtítulo, De lo privado a lo público, constituyen o instituyen un museo, o más bien recrean la voz de Museo, hijo de las musas, aedo anterior a Homero cuyos cantos memoriosos precedieron y tal vez preformaron los cantos homéricos, esos cantos, Ilíada y Odisea, que en nuestra tradición cultural marcaron el pasaje de la oralidad a la escritura. La cuestión, ahora, para mí y tal vez para nosotros, es indagar si ese pasaje arcaico de la prehistoria a la historia puede asimilarse al pasaje de lo privado a lo público y, lo que me parece central, es si esa asimilación puede extenderse a un eventual pasaje del (psico)análisis a la literatura, asunto que Mazza deja en lo no dicho, al menos en este libro, pero que está supuesto o sugerido, y no es extraño a su biografía intelectual.
No es difícil encontrar una familiaridad entre psicoanálisis y literatura, en especial, aunque no exclusivamente, cuando esta adopta la forma de crítica literaria. No han faltado autores que incluyan a William Shakespeare entre los precursores de Sigmund Freud, nombre que no falta en el canon literario occidental de Harold Bloom. No resulta extraño, entonces que Mazza haya recurrido a los Papeles de Recienvenido de Macedonio Fernández para acompañar su labor de Museo, al menos en sus inicios, donde se trata de la recepción del psicoanálisis en Córdoba en
los años sesenta del siglo pasado, no sin recordar antecedentes de décadas anteriores. Es preciso mostrar que lo entonces recién venido había sido anunciado, que estaba bien de papeles, y señalar las fases y las frases premonitorias, de lo contrario suele suceder que “si alguien viene de otra parte, hay(a) que asegurarse (de) que se vaya. Vale decir que no produzca nada inquietante, ningún imprevisto o novedad que pueda conmover la rutina de lo establecido” (p. 39). En el choque entre la vanguardia y la tradición no debe olvidarse la pretensión a veces tácita de la vanguardia de incorporarse a la tradición o de fundar una nueva tradición ni el reclamo de la tradición de haber sido la vanguardia. Bernardo de Chartres decía estar parado sobre hombros de gigantes, con lo cual se jactaba de mirar más lejos. Se lee en Baltasar Gracián que “Carlos Quinto …acomodó el Non plus ultra de Hércules, quitándole el Non, con que mudó el sentido en mayor gloria suya y dijo Plus ultra”.
La literatura aborrece el vacío, rechaza fervientemente la creación a partir de la nada y en medio de la nada, el propio Homero, acabo de decirlo, tuvo necesidad de precursores, y de ahí surge la necesidad de situar sus fenómenos en el espacio y en el tiempo, anotar coincidencias históricas significativas con acontecimientos no literarios, y no eludir las relaciones personales, los medios, los mensajeros que conforman el mensaje mismo del psicoanálisis lacaniano: Germán García, Enrique Vila-Matas, Oscar Masotta, Antonio Oviedo, Jacques-Alain Miller… de modo que el Recién Venido se va instalando, cumple el ritual que lo incorpora a la comunidad.
La palabra no es sólo, como supo decir Ortega y Gasset, la presencia de la ausencia, sino también la unión de lo disperso, la palabra oral y la palabra escrita, con sus similitudes, casi su identidad, y su radical diferencia: Verba volant, scripta manent. Lo oral no tiene en principio otro registro que la memoria, frágil y caprichosa, muchas veces inventiva, la escritura en cambio permanece, es en sí misma un documento, documentar es, en gran medida poner por escrito, lo cual no deja de presentar problemas. Platón defendía la oralidad y criticaba la escritura y sostenía que esta atacaba el entendimiento y la memoria. En el diálogo uno podía siempre preguntar y repreguntar, la interpretación, por decirlo de este modo, acompañaba la exposición. El escrito no daba esa posibilidad, siempre contestaba lo mismo y los hombres librescos no hacían más que repetir lo escrito: es obvio Platón desconocía el genio del lector y no sospechaba que su obra daría lugar a incesantes interpretaciones y daría cada vez una respuesta nueva.
Por esto y por aquello y porque es poco menos que imposible nombrar a Macedonío sin nombrar a Jorge Luis Borges, cada autor crea sus precursores y ofrece una nueva perspectiva, otra interpretación de la literatura. Por ello es que tienen importancia, están cargados de significado, los nombres de algunos escritores mencionados aquí y allá en vinculación con lo presente: Laurence Sterne, James Joyce, Witold Gombrowicz, otros ilegibles y algunos de sus traductores e intérpretes, parientes y vecinos. Michel Leiris identificaba traducción y metáfora, fenómenos que como los sueños remiten implacablemente a la interpretación, y esos nombres se entrecruzan en la escritura de Jacques Lacan, y ésta queda incluida entre las obras maestras de la lengua escrita, se deja leer también como poesía, adquiere nuevo valor y propone o impone nuevos desafíos.
La cuestión del valor acaso sirva para traer a cuento algún debate entre teorías económicas, ya que en la página 160 se atribuye al capitalismo considerar que la moneda de cambio vale lo mismo para uno que para otro, sin embargo entre los capitalistas hay quienes sostienen la teoría subjetiva del valor, para quienes lo que hace posible el intercambio de bienes es el diferente valor que tienen para cada uno de los participantes, cada uno tácitamente otorga más valor a lo que recibe que a lo que da. Incluso en el mero cambio de un billete de mil por dos de quinientos, por las razones que sea, cada uno de los implicados aprecia más lo que el otro le ofrece; de no ser así no tendría sentido. Lo mismo ocurre en el intercambio lingüístico, cuando dos hablantes dicen lo mismo hay por lo menos uno que no dice nada, con la discrepancia comienza la conversación, el logos se abre en diálogo. De modo similar se procede en el intercambio entre el autor y el lector, y he ahí el desafío asumido por Mazza, quien convertido de pronto en lector de sus propios escritos, no sin antes señalar la distensión provocada por el humor y la risa, acierta a descubrir que caminando siempre por la misma cuerda o por cuerdas convergentes o por cuerdas d’amore, que vibran por simpatía, “llega imprevistamente a donde no lo imaginaba” y allí espera que otros lo encuentren y es probable que lo encuentren dónde, cuándo y cómo él tampoco alcanza a imaginar.
Bosquejo de un paisaje
Hernán Brizio
Ensayando algunas líneas para la presentación, aparece una escena que está relatada en el apartado “A la vuelta del Congreso” (p. 23), dentro del primero capítulo. La describo: En un bar, a la vuelta del Hotel Mariott en Buenos Aires, César Mazza se encuentra con Germán García a conversar, en el marco de un Congreso en abril del 2008. Un aspecto de ese diálogo que me hizo sonreír, presenta un momento donde García “incita” a Mazza a realizar una lectura en “voz alta” sobre un artículo (1) del mismo Germán, que se publicaría ese año.
Señalo aquí el punto que me concierne, a saber, la lectura en voz alta, puesto que la incitación a leer bajo esta condición, se reiterará en varios momentos. Tal como el autor lo trae a propósito de “la única jam sessión” (p. 61), podría tratarse de “una voz que pasa y se enciende con los textos”, variaciones que “van dejando una tonalidad, una chispa que apenas formada no tiene la voluntad de extinguirse” (p. 62).
Sin embargo: ¿Por qué alguien decidiría salir de la lectura silenciosa? De esa que implica, al decir de J-A. Miller, “una absorción en uno mismo” (Piezas Sueltas, p. 80). Subyace aquí la cuestión de cómo convertirse en otro para leer el trazado que la lengua ha efectuado en cada uno. Un antídoto que apuesta a des-familiarizar su sentido unívoco, recrearla o jugar una reapropiación.
“Escribir como si uno fuera otro” sostiene Mazza (p. 120), en alusión a “Los diarios de Emilio Renzi” donde Piglia se ve a sí mismo leyendo en el “umbral” de la casa de su infancia, siendo “alguien más joven siempre”. Una manera de mostrar la distancia temporal entre el lector que —con su gesto iniciático e incluso paródico— anticipa precozmente al autor-escribiente. Considerando, con ello, la necesidad de un segundo tiempo para asumir la mueca de la escritura, en tanto se revela más allá de cualquier intención, de forma imprevisible.
Las precisiones de este apartado ubican “al analista como el doble” (p. 125) que posibilita transferir, escenificar e instalar una experiencia. Puesto que, esa marca íntima que puede ser la escritura, podría permanecer en “un arte secreto o en impresiones que no están en condiciones de ser entendidas por extraños” (Piglia). Se pregunta Piglia, si “¿es posible una ficción privada o tiene que haber dos?” Señalando, por un lado, la imagen del “escritor” como ilusión de una forma pura (auto-designada), es decir, la “novela privada que uno se cuenta”. Y, por otra parte, la asunción de la “escritura” que requiere de un lector o un testigo, que facilite el “descubrimiento” de ciertos trazos o cicatrices (2).
Siguiendo esta línea, me detengo en el texto “Muecas del doble”, una conversación con Enrique Vila-Matas, que ocurre en el Café-Librería Bernat en Barcelona.
Podría tratarse entonces, de ese primer encuentro con el acontecimiento de la escritura y la melodía nueva a la cual el lector se ve confrontado. La escritura que irrumpe generando extrañeza, puesto que al no ser “una pertenencia, se torna insólita al propio autor” requiriendo “de un primer lector (…) para apaciguar (…) la violencia de su novedad” (Pasajes…, p. 28).
La charla transcurre alrededor de elementos enigmáticos, que tornan necesario un desplazamiento a la manera de los “sargazos” (3), cuyas raíces flotantes, “no imponen una fijación territorial”. Podemos suponer, que al valerse de un doble al momento de leer, se genera una desviación en la propia imagen y una parodia que fisura la representación, como también la autosuficiencia. Un modo de “desacomodar los interiores” (frase macedoniana, p.48) y disolver el Uno localista, cuya identidad “uniforme”, solo se presta a la adoración. Por el contrario, un territorio desconocido parece situarse entre esos dos que hablan, transitando caminos adyacentes, sustraídos de cualquier convergencia. ¿Se trata de un viaje con destinos inciertos y de pasajes que permitirían salir del solipsismo? Es decir, ir al encuentro de algún lector que pueda jugar su partida, incluso si ese lector es otro como uno mismo. Un “coparticipe secreto” o un “brazo amigo” (Pasajes…, p. 121) que Mazza sitúa como elemento dispar o pieza suelta -segregada de la imagen o el reflejo-, para orientarse frente a la desolación de la página en blanco. Quizá, por ello, la lectura en voz alta es aquella que inventa a su interlocutor para pescar una respuesta ante lo ilegible, soportando su indeterminación.
Verán, entonces, que la lectura de estas letras no admiten el tratamiento de las palabras como si estuvieran ya hechas, es decir, industrializadas, “gastadas” o “heladas” (Alusión de Lacan a Rabelais en 1956, p. 439). Por el contrario, estos personajes transmiten la alegría de una existencia en la cual ensayan, divagan y rastrean señales sutiles, hasta dar con algún “pasaje inédito que premie su valor de alejarse de las avenidas principales” (Pasajes…, pp. 34-35).
Conjeturo así que en este libro, no hay autor a quien atribuir el sentido último de lo dicho, ni herencia en la cual respaldarlo. Por el contrario, entre “mudanzas (metáforas) y accidentes” (Pasajes…, p. 90) el que escribe se sostiene en pleno movimiento, arribando cada vez a un paraje “insólito”, como contrapunto a la forma de un “legado sucesorio” (ídem). Tal como Roland Barthes lo sugiere en la “Muerte del autor” (1967) se trata de “desenredar” aquellos nudos ligados a una serie de eventos, que hacen de la escritura algo múltiple y sin fondo. Una trama que se distancia del supuesto punto de “origen” del texto, gravitando su dirección hacia el lugar del destinatario. De este modo, y en ese nuevo espacio, la obra se desabona de quien se atreva a reclamar su autoría o atribuirse un papel original. Siendo el lector “el auténtico lugar de la escritura” ya que pone su voz para reunir en un tejido sonoro “las huellas que constituyen el escrito” (Ídem). Otro modo de plantearlo es atender a la diferencia situada por Alan Pauls (4) al decir que el autor no está en el repliegue del Yo ni en la farsa o el estereotipo del mundo (5). Se trata, por el contrario, del lugar de “la primera persona” como némesis de aquella dicotomía. La primera persona, entonces, se dispersa en los pasadizos, relatos y paisajes como una matriz de múltiples resonancias, donde el que escribe no puede quedar fijado a un “yo”, ni decir “mí” o “mío”, bajo un sentido de pertenencia.
En estas coordenadas, podría reparar en el apartado “Salvoconducto”, donde aparece la figura de la botella. El autor bebe agua de modo apacible en la plaza pública, cuando de repente es interrumpido por la voz de un joven ciudadano, que le solicita de manera resuelta, un trago para apagar la sed. Escenario donde se des-dibuja la representación individual, relativizando el espacio que se ancla en la idea de lo propio, como así también, las fronteras entre lo público y lo privado. ¿Es este libro una botella que se comparte? ¿Es la botella un cuerpo de múltiples usos y destinos cuando pasa a la ciudad? Un tejido respondo, la botella es un tejido. Me remito así al subtítulo “Tejido del aprendiz” (p. 94) donde Mazza (2023) toma a Lacan en El Seminario 7 sobre La ética, para trabajar sobre el trozo de paño “como matriz de toda intervención humana”. Cito: un uso del paño para “trenzar” e “inventar algo que no está naturalmente dado” (Pasajes…, p. 153). Un desembrollo del propio cuerpo, una salida del capullo o de cualquier tipo de envolvimiento. Entonces, nos propone un juego homofónico, “lo textil como texto”, en tanto “trama que se va haciendo” (ídem) para responder a lo enigmático del trauma, la intemperie o la desnudez. En consecuencia el paño como tejido que incluye agujeros, puede hacer brotar de ellos un trenzado o bien, un modo de escribir, tal como lo haría una araña, al confeccionar su tela. Vuelvo así al título de esta obra, “De lo privado a lo público” y me sorprendo al encontrar que “el paño por su naturaleza está destinado a circular, le pertenece al otro tanto como a mí” (Lacan, 2007, p.226).
Para concluir. Macedonio Fernández al final de su “Novela de la eterna” (6) (pp. 253-307) se dirige a su “querido lector” anunciando seguidamente, que dejará su “libro abierto” autorizando a futuros escritores para continuar su obra, corregirla o editarla “con buen gusto e impulso”. Un llamado para que sus destinatarios se reúnan a “leer otra novela” y con ello, hacer existir la presente, en una “trama de doble novela”. Asume, por tanto, una forma imperfecta e inconclusa de la escritura, apuntando a una ejecución precisa por el lado del lector. Justamente, contra toda forma acabada, la escritura que considera al cuerpo y su acontecer, queda sustraída de un programa con destinos fijados. Como un equilibrista (7) que con sus piezas singulares habita una cuerda, hace su recorrido y favorece que otros lo hagan también. Como podrán apreciar, en este pasaje —que también es una cuerda— se realizan girones o desvíos que conllevan el ensayo permanente y permiten la creación de movimientos vitales.
Notas
(1) Germán García. “El pasado como renovación permanente”. Imago Adenda N° 118. Bs. As. 2008.
(2) Para profundizar en esta idea, se puede aludir a la referencia que Mazza encuentra en Vila-Matas: “Escribir es dejar de ser escritor” (p. 125), o bien, a la tensión que propone al ubicar en Gombrowicz y en el personaje Le Clézio, la contraposición entre una “voz inesperadamente baja” (p. 161) y la forma robusta e idílica que se impone, como captura imaginaria.
(3) escrita 7. Savino [1985] La Civilización Finiana. Citado por Mazza, 2023, p. 33-35.
(4) Pauls, Alan. RAZONES PARA ENVIDIAR A VILA-MATAS (2006) http://www.enriquevilamatas.com/escritores/escrpauls1.html
(5) Correlativo a “Lo público sin lo privado seria la anomia, lo privado sin lo público sería la privación”. Germán García citado por Mazza en Pasajes…, p. 15.
(6) Macedonio Fernández. “Museo de la novela de la eterna”. Edición crítica ([1874-1952] 1996)
(7) Referencia al texto “Una que acierto”. Pasajes de escritura. (Mazza, p. 163).
Excursus
POR UNA EDUCACIÓN PÚBLICA, LAICA Y GRATUITA
No al tratamiento parlamentario del anteproyecto de la Reforma
de la Ley de Educación Provincial 8113. Para que no se repita la
mala experiencia del tratamiento de la Ley de Bosques. Sumate
este jueves 21-10 a las 17 hs. a la Gran Marcha por la educación
en Colón y Gral. Paz en Defensa de la Educación Pública.
(César Mazza. Pasajes de escritura. De lo privadoa a lo público, p.20)
“Lector, ahora la suerte está de tu lado”
Fotos: Vicky Vaccalluzzo