A propósito de lo que venimos trabajando en el Curso de Estudios Lacanianos “Artificio, letra y objeto”, en esta ocasión les acercamos la siguiente entrevista realizada a Javier Pittorino músico, compositor, docente y productor musical; sus reflexiones en cuanto a la música y su proceso creativo siguen un concepto que reúne su interés en torno al TIEMPO, la CRUDEZA y el SILENCIO. Su tour narrativo invita a trazar afinidades considerando lo que produce artificio y siguiendo la pista de ese goce sutil llamado espíritu del que habla Lacan (Seminario 23, p.62).
Por Juan Páez*
¿Cómo describirías la música que interpretás?
Javier Pittorino: Es un espacio donde estoy con todo aquello que me hace falta. Y de ahí surge mi falla, mi forma y mi estilo; todo aquello de lo que no puedo zafar. Con eso hago mi música, y creo que es inclasificable, visceral e incómoda.
Si pudieras trabajar con un artista que admirás, ¿con quién lo harías?
JP: Con las personas con las que trabajo actualmente, sí. Son artistas, músicos, psicoanalistas, poetas, escritores y profesionales que admiro profundamente. Trabajar con ellos me modifica y son mis aliados en esta batalla. Sé que voy haciendo camino al andar y encontrando a las personas indicadas en el momento indicado. Así ha sido el caso de Agostina Guala, Pablo Vinet, Daniela Rivarola, Manuel Ogando, Lautaro Alincastro y Franco Dini, entre otros. El trabajo puede ser la grabación de un álbum o una conversación sobre poesía en un café.
Proximamente saldrá tu tercer trabajo discográfico, ¿cómo se trabaja en un disco?
JP: Mi tercer álbum se llama Vi en el tumulto un deseo parecido, y es un trabajo que ha pasado por muchas etapas de transformación. Ha sido estirado, borrado, orquestado y amputado a lo largo de cuatro años. Ahora está por su cuenta, pero en las etapas finales de producción estuve muy atento al concepto de lo que quería plasmar y tomé las decisiones necesarias. Me interesaron el TIEMPO, la CRUDEZA y el SILENCIO. Y si bien es muy distinto a los otros dos álbumes que lo anteceden, pienso que cada disco es una actualización urgente del primero. Sucede que de uno en uno se transforma y, después de un tiempo, ya es otro disco el que suena. Realmente no sé cuándo comienza ese trabajo, pero uno debe inventarle un comienzo para que se produzca una separación. Iniciando así el propio camino a su paso y a su tiempo. Luego cada oyente lo resignificará y lo ubicará con respecto a su experiencia de escucha.
El merodeador es un audiovisual muy interesante, ¿cómo fue su proceso de creación?
JP: Fue divertido y aprendí mucho al hacerlo. Ocurrió que años después de publicar la canción sentí que tenía que haber un audiovisual y me contacté con dos dibujantes excelentes, Nicolás Monsú y Lautaro Alincastro, quienes a partir de unas interpretaciones muy singulares y de ideas distintas elaboraron un guion y cientos de dibujos que fueron animados fotograma por fotograma. Lograron algo increíble, un delirio digno. Hay manchas, gusanos, huecos y paisajes para un ave que se escabulle, se transforma y se multiplica.
¿Cómo manejas un error durante una actuación? Por ejemplo, ¿qué hacés si se te olvida la letra de una canción?
JP: Probablemente acontezca una sucesión interminable de errores. Pero puede ser algo divertido e incluso ya una nueva canción. Trato de relajarme y ver qué sale. Es parte del juego ya que la tensión en el escenario para el solista es muy importante. El error muestra un camino nuevo y puede darle un toque distintivo a la canción. Por supuesto que incomoda, pero hay que aprender a leer ese mal golpe, sobrellevarlo y finalmente encontrarle la gracia.
¿Cómo ves el impacto generado por internet en la industria musical?
JP: Creo que internet lo está cambiando todo muy rápidamente y no hay una capacidad real de evaluar impactos en la sociedad que permitan actualizar o elaborar un consenso digno entre el artista, la industria y el oyente. En primer lugar, porque la industria ve al mismo oyente como un consumidor y a la música como un producto. Internet viene a potenciar esos conceptos borrando las singularidades.
¿Cuál consideras que es el mejor consejo que te han dado?
JP: La verdad es que no sabría decirte. Tengo la suerte de estar en contacto con personas muy lúcidas que apuestan a la conversación y de ahí surgen cosas interesantes. Aun así, considero que el mejor consejo que me han dado es «que deje la música», y lo escucho todos los días, desde que me levanto. Creo que soy yo mismo. Y lo que hago día a día, canción a canción y oyente a oyente, es encontrar la forma de leer eso, de zafar del molde y ver qué oculta, ya que podría no ser lo que parece. Quizás sea «dejar que la música haga lo suyo» o «dejar que la música me haga algo». ¡Ves, ya se puso interesante, creo que zafé de nuevo! Hasta ahora todo va bien. Desobedecer con estilo -risas-.
¿Qué es lo mejor de ser cantante? ¿Y lo peor?
JP: Que uno puede decir lo que quiere, pero también que responde por ello y sin poder calcular en el oyente la recepción de un mensaje determinado. Ese oyente armará algo, no sé qué, pero entiendo que ya no me pertenece. Eso es lo que a mí me interesa. A veces es lo bueno y otras es lo malo.
Este año realizaste una gira por diferentes lugares del país ¿cómo viviste la experiencia de compartir tu música estando en diferentes lugares?
JP: Creo que es mi nueva forma de andar. La sensación de la intemperie, el viaje, el oyente y agrego ahora también, que hay una cuestión de Fe. Es un lugar donde puedo desarrollarme como artista y entender cuál podría ser la lógica particular de mi música, a medida que cambia el paisaje. Viví muchas experiencias y conocí gente maravillosa. A cada ciudad que voy la aventura es impredecible. Es incalculable lo bien que me han tratado y donde he conversado, la reflexión es muy interesante. Por otro lado, en cuanto a lo artístico, pude observar que se armó un discurso de escenario con un giro lingüístico. Planto bandera y digo lo que vengo a decir, con convicción. Por ahí la gira me da eso, una comunicación directa y clara, sin vueltas. Coherente con mi deseo y lugar. La gente resuena con eso despertando una sensación de posibilidad y apuesta. También algo de locura. Yo considero que lo mío es un «Órdago», un saber fallar con la neurosis, y estoy bien con eso. Ellos lo ven.
*Entrevista realizada por Juan Páez (1984). Nació en Rosario de la Frontera (Salta). Actualmente reside en Formosa. Es escritor, docente e investigador. Licenciado en Letras (UNJu), Diplomado en Escritura Creativa (UNTREF) y Diplomado en Periodismo Digital (Escuela de Periodismo TEA & DEPORTEA). Cursa sus estudios de Maestría en Enseñanza de la Lengua y la Literatura en la Universidad Nacional de Rosario. Es autor de los libros «La hija del inventor» (entrevistas), «Marica, esta es mi Colombia» (fotografía) y «La niña y el barco: la poética de Gigliola Zecchin» (ensayo). En poesía, publicó: «música para aeropuertos»; «árboles de agua»; «cuando vengas, te cuento»; «una habitación dorada» (junto a Pablo Vinet) y «Punta del Este». Además, compiló los volúmenes «Nadie no entendía» y «La primera pobladora».