Recuerdo una vez que Germán insistía en instalar en el psicoanálisis local y en cierto ambiente literario un libro de Raymond Queneau, En los confines de las tinieblas. Los locos literarios (1). Un libro inconseguible, pero por su puesto él tenía sus vías de accesos únicas. Ya sea porque alguien le trae el libro recién salido de una editorial europea o por una especie de amistad libresca que entabla con algún librero, como si formaran parte de una cofradía tácita con sus correspondientes códigos de intercambio. Así fue que fuimos en busca de ese ejemplar de Queneau a la librería Guadalquivir en la calle Callao, un sábado al mediodía, tal vez en el mes de marzo del 2011. Una vez ya en la librería, Germán anuncia, luego de conversar unas palabras con uno de los libreros: “Llegaron unos pocos ejemplares, vienen en barco desde España”. Sonaba épico, de otra época, le daba una magia especial al libro. La edición de la que se trata es de la Asociación Española de Neurosiquiatría de Madrid con fecha del 2004. La librería se encuentra a escasos metros de la esquina de Marcelo T. de Alvear, comento al pasar que recordaba haber pasado por ahí una vez en el ’94, en ocasión de contactar con Ricardo Piglia. “Sí, dice Germán, tenía un departamento aquí a la vuelta”. Luego retomaré esta línea.
¿Qué ocurre con esa referencia de Queneau?
Con esta referencia, se podría apostar a crear un silencio al bullicio de la calamidad recitadora, pensaba que cada tanto aparecía una pálida alusión a Los locos literarios, como un descuido en la Mainstream. Pretendo al escribir saldar una cuenta, pero ya sé que es en vano, pero al menos encontraba un sosiego al hacerlo, un recreo.
La referencia a Queneau, decía, escasamente desplegada en sus detalles, nunca hay tiempo para los detalles, los que importan. Frágil conspiración, arriesgo entonces: a partir de la inyección Made In Germán en la lengua establecida, la referencia de Queneau tal vez pueda demarcarse de la rutina de un goce. El goce empecinado en ignorar la cita que no se sabe y que sin embargo está a la vista de todos, en una página al final del Seminario 11 de Lacan.
A su vez, me gusta ubicar la introducción de Queneau en el tercer capítulo de la novela de Germán, Miserere (Ed. Mansalva, 2016). Primero pareciera que solo es un pretexto, pero en el trascurrir del relato tomará un protagonismo importante. En manos del personaje-narrador, la elección de ese libro comienza por ser un guiño para contar “el acierto”, según las palabras del interlocutor del momento, de la repercusión de su conferencia pronunciada en la prestigiosa Institución Clínica del Dr. Brodsky. A su vez, llama la atención el lugar de cobijo que el autor le da a la compañía del libro Los locos literarios, en una noche de insomnio, unas páginas antes del mencionado capítulo. La compañía de un libro es la pista del encuentro con otro libro; un libro todavía no abierto por nadie, con las hojas pegadas, a la espera del primer lector: Le sens de l´amour, del místico y teólogo ruso Vladimir Soloviev. Un autor que el personaje conoce, en la trama de Jacques Lacan: Soloviev viene de la mano del filósofo ruso Alexandre Kojève, el introductor de Hegel en la Francia de los años ‘30. El encuentro tiene lugar en una biblioteca, cosa que no puede dejar de evocar a Borges. Vale decir, un libro nos introduce en otro, una mise en abyme mediante la cual el mundo que se abre se transforma en un nuevo lugar de referencia. La escena en la que trascurre este hecho es una reunión institucional, el narrador a través del personaje principal describe el tedio, el agotamiento de los lugares comunes de un grupo de “gente adaptada, agobiada de sentido común”. De repente, nuestro héroe se levanta y se aparta unos metros de la reunión. Ese movimiento fue suficiente para dar con su fortuna, la sola mirada puesta la biblioteca se constituye en la puerta de un mundo aparte, el que nos concierne. Por suerte también existe la contingencia, lo no escrito, la digresión del narrador-personaje deja de ser aquí una simple distracción o un querer zafar de la escena para convertirse en una inventiva, en un savoir faire. De esta forma, la digresión imprevista se transforma en un procedimiento de su estilo, leemos en la página siguiente:
Mientras separo las páginas con un cuchillo, leo algunas líneas y pienso en la edición original que tiene más de un siglo (…)
Según Soloviev, leo al pasar, entre los peces superiores hay embriones fecundados por los machos fuera del cuerpo de las hembras. En otra parte habla de la conjunción-combinación que pueden hacer que una especie se oriente hacia el exterior, pero también al absoluto interior. El místico en acción, algo así entendí. No estoy seguro, me distraigo del orden preparado para mi conferencia. En una de esas Soloviev se convierte en un invitado de lujo en el banquete de los “locos literarios” preparado por Queneau, del que hablaré mañana. Me gusta la digresión cuando aparece adecuada a la finalidad. Mara, mi mujer, sospecha que esta argucia retórica está abierta a la seducción del público. Es cierto, depende del tacto de cada uno.
Imposible seguir un plan determinado, a partir de una digresión, damos con un libro, luego a partir de este llegamos a otro. De Los locos literarios al libro de Soloviev, un libro estaba a la espera, podemos imaginar, de su primer lector en nuestra lengua. El lector que viene desde Lacan, que ha pasado por Kojève y que se encontró con Queneau. Este último, recordemos, fue uno de los que formaban parte de la audiencia del Seminario de Kojève sobre Hegel en la École des Hautes Études del ’33 al ’39, junto a Jacques Lacan, André Breton y otros nombres claves de la intelectualidad francesa del Siglo pasado. Queneau es el autor que propone, con sus notas, que esa palabra se edite, es decir que por su deseo el Seminario de Kojève pasa a ser un escrito.
¿De qué trata ese libro raro y enigmático de Queneau? El escritor y matemático Raymond Queneau a comienzos de los años ‘30 se separa del grupo liderado por André Breton, uno de los principios que lo diferencia de los surrealistas se sustenta en no considerar a la locura como arma contra la razón. Para Queneau “no nos encontramos nunca en presencia de la Locura, sino de hombres”. La singularidad que está en juego orienta un estudio riguroso que emprende sobre escritos que investiga en los archivos de la Biblioteca Nacional de París. Escritos de autores desconocidos, cuya obra no encaja en lo común, no puede ser clasificada en una comunidad establecida, ya sea de la academia científica o del canon literario de la época. Al mismo tiempo, comienza un análisis, una investigación sobre sí mismo desde 1932 a 1939, su libro Chêne et chien (roman en vers) testimonia de esta experiencia. Queneau explica una primera clasificación de los escritos de los llamado locos literarios. Por una parte, relativos a diversas ciencias que incluye “extravagancias publicadas con una buena fe ingenua y sincera” y por otra “escritos en general autobiográficos y que parecen obras de perseguidos o reivindicativos”, una clase de “homogénea que tiene un sentido psiquiátrico preciso”.
Uno de los subtítulos, en clave novelesca de esta obra fue “Enciclopedia de ciencias inexactas”. Cuatro capítulos ubican a autores que testimonian sobre sus hallazgos (el círculo, el verbo, el mundo, el tiempo). Detengámonos por un momento en el capítulo del círculo, lo que interesa a Queneau es recopilar y puntualizar una distorsión de un concepto universal. De este modo, en el primer capítulo se rastrea, a través de los escritos, la singularidad de los que captaron algo que no encaja en las definiciones, la cuadratura del círculo. Se los llama los cuadradores, aquellas almas sensibles dispuestas a dejarse impactar por un aspecto de lo real que perfora la matemática como sistema racional puro. Los “cuadradores se obstinan, vanamente en querer cuadrar el círculo. Se trata siempre de aficionados que se empecinan así en una cuestión insoluble de geometría” dirá Queneau.
En la novela de Germán, con el tono aforístico en la que a veces hablaba encontramos una certera anotación de esta obra, “en estos confines hay chispazos de genio, relámpagos de humor, aunque los que escriben habitaron un mundo sin amistad y sin amor”. Entusiasmo que no se perturba por lo que se ignora del saber establecido, la certeza de una voz narrativa de las locuras literarias arde sin dejarse tocar, convicción ferviente y empecinada en no pasar por el trajín que conlleva reinventar el saber.
En contrapartida a esta sensibilidad, consideremos el tema del estilo en un escrito y el tratamiento que este tallará con el saber. Vale decir, el saber en razón del estilo solo se teje en una aventura, en un imprevisto que se puede dar en la experiencia de busca y ensayo por los enunciados establecidos; en el movimiento de volver a buscar y cada tanto encontrar, un hallazgo que se trata de cifrar. El estilo, una preocupación extraña escribe Germán, a propósito del movimiento de hacerse autor, “¿qué ocurre con la voz narrativa?” puede ser la cuestión clave. La voz que hace al estilo no podrá recuperar el candor de la verdad, se transformará en el acontecimiento, al mismo tiempo que modificará al autor. Como efecto del escribir, el autor no podrá creerse que es alguien, que es un a priori, es Nadie, luego agregará su firma. (Continuará)
César Mazza, 26 de diciembre 2024
(1) Aux confinis des ténèbres – Les fous littéraires du XIXème siècle, rechazado por los editores Gallimard y Denoel en 1934, publicado recién en el 2002 en París por Éditions Gallimard.